Provinciales > Así era San Juan en 1810
Familias numerosas y noviazgos clandestinos, la San Juan colonial que recibió el 25 de mayo
Tercera entrega del retrato histórico-periodístico de la vida sanjuanina en el momento del primer grito de libertad, el 25 de Mayo de 1810, hacen 212 años, extractado de la obra “Así era San Juan cuando nació la Patria”.
En esta entrega se repasan los elementos que conformaban la sociedad colonial sanjuanina. Entre ellas las viviendas, las configuraciones de las familias, las relaciones amorosas y "las familias de apellido".
Las viviendas
Las casas de los primeros tiempos y hasta el siglo XIX de la llegada de la Patria inclusive, eran sobre todo ranchos de adobe o quincha, o sea paredes de caña y barro, con techos de palos atados con tientos y torta de barro. Para la profesora María Julia Gnecco, el mobiliario era escaso, “una mesa de algarrobo con algunas sillas con asiento de cuero, las petacas de cuero para guardar la ropa o los enseres domésticos, y una cama rústica, también de madera y cuero.
”Pero luego fueron apareciendo los grandes caserones de las familias más notables: “estaban “inspirados en la planta de la casa romana con dos patios y un huerto”, y la amplia y claveteada puerta de algarrobo daba acceso a un zaguán donde aparecían dos habitaciones que eran una novedad: el escritorio de un lado, del jefe de familia, donde atendía los negocios y del otro la sala, con mobiliario traído de Europa o a veces de un país americano introducidos por el Río de la Plata y tradicionalmente por Chile, como las sillas y sillones tapizados, mesas de arrimo. Los patios estaban adornados con macetones con flores, el comedor de visitas, los aparadores para guardar la vajilla de plata labrada: vasos, platos, fuentes, cucharas, cucharones y cuchillos con mango de plata y en algunos casos con aplicaciones de oro. Una amplia mesa, con bancos laterales y sillas en la cabecera, donde ordenadamente se sentaban los dueños de casa y en el otro extremo el huésped. Las amplias cocinas-comedor eran muy comunes y allí se desarrollaban quizá los momentos más importantes de la vida cotidiana.”
La familia patriarcal de 1810, “en sustancia colonial”. Hábitos de los esposos, hijos y novios. Familias numerosas de hasta 20 hijos
Cuando en la bibliografía consultada se aborda el rol de la sociedad sanjuanina en 1810, César H. Guerrero en su “Efemérides sanjuaninas” define aquel estilo de vida sanjuanino como “patriarcal”, es decir, según el modo de la organización social primitiva “en la que la autoridad se ejercía por un varón jefe de cada familia sin aspirar otra posición para sí ni para sus hijos y nietos, que aquella estrecha y menguada que le legaron sus antepasados” (….)”.
Al terminar el XVIII y avanzado el XIX, por lo tanto tras la Revolución de Mayo inclusive, la familia, como la sociedad, permaneció en Cuyo “en sustancia colonial”, indica Horacio Videla también en el Tomo II de su monumental obra citada aquí: “La familia fue organizada y fuertemente disciplinada bajo la dirección del jefe del hogar, mientras la madre cumplía su papel más importante en el manejo de la casa y la crianza y educación de los hijos, que en muchas familias llegaban ser hasta veinte.
Se acostumbraba a que la esposa se dirigiera al marido por el apellido, o le daba el tratamiento de don. No conoció la competencia del concubinato; las infidelidades frecuentes en el varón adulto, fueron acoplamientos de ocasión, con la mestiza o mujer agraciada del pueblo, sin conmover la estabilidad hogareña. Los hijos daban tratamiento de ‘señor’, o bién, ’su merced’; no fumaban ni terciaban en la conversación de los mayores en la mesa, hasta despuntado el bigote. El joven no emancipado se recogía en el hogar media hora antes del toque de queda, y el dueño de casa se retiraba a sus aposentos, asegurada con propias manos la tranca de la puerta de calle, y echada la llave. Las hijas mujeres se emancipaban al casarse, con venia de sus progenitores (…) El onomástico del padre de familia era fiesta general celebrada con asado y refrescos”.
Noviazgos: A ningún joven se le permitía visitar una casa de familia sin haber explicado con antelación el motivo que lo llevaba. Existía el firme hábito de evitar que un caballero entablara una conversación con una joven a solas. Para ello, en los salones se ubicaba siempre al varón “en extremo opuesto al asiento de ella, y era la única manera de que el joven se valía para significar a su amada el secreto de su corazón para preguntar si era aceptada o no, y para obtener la respuesta.”
Por otra parte, la prohibición de que las hijas de las familias aprendieran a leer y escribir, como hemos visto antes, era por el temor al uso que pudieran hacer de esos aprendizajes. A ello se sumaba “(…) el orgullo de razas, las distinciones a que daban lugar las tradiciones de nobleza, la pretensión de los ricos de atesorar dinero guardándolo de manera que ni la esposa ni los hijos daban con él, si por desgracia el padre moría sin poder dar cuenta de su escondite, y en fin mil episodios que nacen de esos usos, con hechos que se han visto en San Juan (…)”. Todo eso se fue acabando de a poco tras 1810, especialmente por su carácter de “prácticas ridículas”, según Videla, más aún cuando con la Independencia el país entraría pocos años después en relación con otros pueblos del mundo que no fueron la España de aquellos momentos.
Poco antes del Primer Grito de Libertad, sanjuaninos como De Oro, de la Roza y Laprida, estudiaron fuera de San Juan
Algunos sanjuaninos pertenecientes a familias destacadas en lo económico y social enviaban sus hijos a estudiar fuera de la provincia, entre ellos nombres que deslumbrarán en la próxima historia patria como Justo Santa María de Oro, José Ignacio de la Roza y Francisco Narciso de Laprida. Claros ejemplos de sanjuaninos que para mostrar la actitud de la juventud de los últimos años de la colonia, profundamente interesada en instruirse para los tiempos que vendrían, seguramente augurando los sucesos de 1810. Y es Juan Rómulo Fernández quien trabajó sobre “Siete próceres sanjuaninos”, para publicar en aquella inolvidable obra “Cuarto Centenario de San Juan.1562-1962”, y allí aborda entre otros a De Oro, De la Roza y Laprida. Del obispo de Oro recuerda que se recibió de doctor en Teología en la Universidad de San Felipe (Chile) y se graduó también en maestro en Artes. De la Roza estudió leyes en la misma Universidad de San Felipe, mientras Laprida, se doctoró en jurisprudencia también en el vecino país trasandino, tras cursar el bachillerato en el Real Colegio San Carlos de Buenos Aires. Por este colegio, donde se impartían cátedras de latín, teología, moral y filosofía, también pasaron Belgrano, Moreno, Castelli y Rivadavia.