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Impactante "Stéfano", dirigido por Rubén Pires y protagonizado por Luis Longhi
POR REDACCIÓN
10 de noviembre de 2019
El director Rubén Pires se luce en la adaptación de "Stéfano", una obra que Armando Discépolo escribió en 1928, presumiblemente en colaboración con su hermano Enrique, un grotesco con toques de sainete sobre una familia napolitana inmigrante y hundida en la miseria, obra que sale a escena los jueves en un teatro porteño. Con tres generaciones de esa familia, cuyos abuelos son Marcelo Bucossi y Élida Schinocca, los padres Luis Longhi (Stefano) y Maia Francia y los hijos (Lucía Palacios, Mariano Falcón y Nico Cucaro); el único personaje que no pertenece a esa sangre es el alumno y acaso traidor hacia su maestro (Gonzalo Álvarez), cuya escena junto a Longhi es un punto altísimo dentro de la totalidad de una puesta intensa. La obra apunta al famoso mito de "fare l'America", que enarbolaba gran parte de la inmigración a instancias de la famosa Generación del 80, que esperaba poblar el territorio argentino con rubios del norte europeo y a la que le llegó una cantidad de morochos del sur, analfabetos, paupérrimos, desconocedores del idioma, algunos apenas formados en el trabajo de la tierra, que generalmente terminaban arrumbados en conventillos ribereños. También hubo gente de pasado artístico y eso es lo que motiva "Stéfano", que disfraza a su manera la vida porteña de Santos Discepolo, padre de los autores, que aprendió música en Nápoles en forma académica y llegó a la Argentina con sueños de dinero y grandeza, que su arte jamás le redituó. Si bien la gran mayoría de protagonistas de las obras de Discépolo son la personificación del fracaso, nunca tanto como en "Stéfano", un desesperado que no puede dilucidar la disidencia entre su propia evaluación como artista y las respuestas que le da la realidad. Stéfano es un músico formado, con experiencia e ínfulas de compositor, pero algo sucede que la inspiración no aparece por más prepotencia de trabajo que ponga y, cuando cree estar componiendo algo importante, que lo trasciende, concluye que en realidad es nada más que la melodía de una obra ajena que tenía en el subconsciente. Su drama es además la falta de dinero, ya que tiene a su cargo a toda su familia -trajo a sus padres de Italia, su hijo escritor tampoco consigue ganar nada con su obra- y encima es despedido de la orquesta que integra, tal vez por su desgano o quizá por su falta de talento. La gran virtud de la versión de Pires es haber mantenido el cocoliche como lengua central de la pieza, que más allá del pintoresquismo y la gracia de su mezcla de lenguajes -solo su mujer y sus hijos, ya argentinos, no lo hablan- revela parte de los obstáculos que impiden la integración a los personajes inmigrantes. Esa parla le permite a Longhi llegar a un dramatismo acentuado, a una exaltación de su personaje que no debe confundirse con sobreactuación -lo suyo tienen resonancias "gassmanianas"-, dentro de un elenco con delicadezas de composición y una trama que no olvida señalar el lugar de la mujer a través de las generaciones. El maltrato recibido por la abuela encarnada por Schinocca se decanta en el que recibe Francia, así como se resignifica un siglo después de haber sido escrita la pieza la posible problemática del hijo escritor, hermético y misterioso para su propia madre. Dentro de una puesta que distribuye sabiamente el espacio de acción, Pires rescata el grotesco transformando a sus criaturas en verdaderas marionetas de rasgos marcados por el maquillaje y logra, tanto en Longhi como en Álvarez, dibujar muñecos -"puppi"- en la más auténtica tradición itálica, con toda su carga de ridículo y de furia.
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